Cárcel de almas

Hay almas que permanecen ancladas, quedándose así aferradas a un lugar especifico, a un derramamiento de sangre, al grato sonido de una melodía de piano, a una caricia, o a otra alma. Al estar aferrada a un alma, la otra persona no puede verte, pero tiene la suerte de sentirla.
Sentir una caricia en forma de una brisa de aire, un beso como un roce divino, o sentir como el alma toca el corazón de la persona para que de algún modo sepa que el alma, está ahí, protegiéndola, amándola en silencio.
El alma sufre, desparramando cálidas lagrimas en silencio, quiere ser vista, tocada, sentida, amada. Paga el precio de la eternidad, sin saber que algún día, el alma de la persona anclada podrá ver al alma que siempre la ha acompañado, pero nunca sentida, tocada, ni amada.

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