Nutrirse de este sufrimiento no podía imaginarlo. Pero sucedió. Todo era blanco. Cama blanca, batas blancas, suero blanco. Su mirada era también blanca.
Todas las noches, fueron diez, sus manos permanecieron entrelazadas. Buscaban el consuelo mutuo y era suave, lento, eterno.
La luz tenue de la gran habitación escondía el dolor blanco de sus pulmones y el de su piel nutrida del sufrimiento. No pararé de cuidarte, de mirarte, de amarte le decía todas las noches. Por el día le leía los poemas. Leyó para siempre «El viaje». Y «qué grande era el mundo a la luz de la lámpara».
No pudo despedirse, ni verlo por última vez, ni saber dónde reposan sus cenizas.
Pero hará un hueco blanco en la tierra. Para él. Para las noches blancas de los dos.
Cuento n°1. Confinamiento de Gina.