El camino es la tercera novela escrita por Miguel Delibes. Fue publicada en 1950, después de La sombra del ciprés es alargada (Premio Nadal de 1947) y Aún es de día (1949). Delibes por aquel entonces era catedrático de Historia en la Escuela de Comercio de Valladolid.
La novela se enmarca dentro de la literatura española de posguerra contando la vida de un niño en un valle cántabro en algún momento indeterminado algunos años después de la guerra, a la que se hace alguna mención lejana de vez en cuando. En concreto, trata sobre cómo Daniel, el Mochuelo, de once años, rememora en la cama cómo ha sido hasta entonces su vida en aquel valle del que nunca ha salido antes de partir en tren a la ciudad para estudiar. La noche anterior a su partida la pasa entera sin dormir acordándose de su vida, tanto de momentos importantes como de detalles, y se siente desasosegado por lo que va a tener que dejar atrás para “progresar”, que es lo que su padre, el quesero, tiene intención de que haga, para lo cual han tenido que ahorrar para poder pagar la plaza donde estudiará el bachillerato.
La historia entera, contada por un narrador omnisciente que conoce los pensamientos de todos, da cuenta de una manera inigualable de cómo era la vida en aquella “pequeña aldea castellana” (Cantabria pertenecía a Castilla la Vieja). Se sabe que Delibes veraneaba durante su infancia en un pueblo del Valle de Iguña llamado Molledo, en el cual se inspiró para crear El camino.
Daniel, el Mochuelo, cuenta con dos grandes amigos: Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso. A lo largo de la historia que se rememora los tres se dedican a hacer travesuras por todo el valle. Por ejemplo, entrar al huerto de la casa del indiano para robar unas manzanas (la Mica, la hija del indiano, les pilla) y estar dentro del túnel por donde pasan los trenes teniendo los pantalones bajados, cuyo resultado fue que el tren se llevó los pantalones por delante y tuvieron que entrar al pueblo sin pantalones. También se aprecia como es su cosmovisión infantil: tienen concepciones muy erróneas de cómo son las estrellas o cuál es el origen de los hijos, y es que a lo largo de su infancia van descubriendo el mundo, incluyendo qué es lo que significa “tener el vientre seco” (ser estéril). Por ejemplo, su padre lo lleva a cazar a las faldas del pico Rando, que flanquea el valle, y también ocurre que se enamora de Mica, que le saca diez años. Cuando se enteró de que ella tenía novia se puso triste, aunque se le acabó pasando y acabó superando su enamoramiento.
Lo muy destacado de este libro es cómo retrata la vida rural. Esta manera de plasmar el entorno natural, la vida rural y la caza caracteriza a toda la creación Delibes. Muchos de los habitantes del pueblo que menciona tienen mote y no hay ni una sola ocasión en la que los mencione sin el mote o su profesión. Las Guindillas, el Peón, el Sindiós, el Manco, etc. Todos los motes tienen su razón de ser. La costumbre de conocer a la gente por motes está más arraigada en el pueblo porque hay una población lo suficientemente pequeña como para que todos se conozcan y tengan un mínimo de familiaridad entre sí. Además, la naturaleza circundante se describe con un vocabulario muy rico que en las ciudades no tiene mucho sentido, pero que en los pueblos sí: todo tipo de plantas, pájaros y también sensaciones relacionadas con el clima lluvioso de Cantabria.
El libro destaca mucho el valor de la amistad: cada uno tiene diferentes personalidades, pero son inseparables y nunca se echan atrás cuando Roque, el Moñigo, hace propuestas. Cuando Germán, el Tiñoso, hacia el final del libro sufre un accidente mortal mientras estaba con el Mochuelo y el Moñigo (resbala y se golpea con una piedra), el Mochuelo mata un tordo con un tirachinas para introducirlo en el féretro del Tiñoso, pues a él le encantaban los pájaros y tenía muchos conocimientos sobre la naturaleza. El Moñigo es un chaval que es muy “macho” y constantemente deja claro que es el más fuerte del pueblo y que “un hombre no debe llorar ni aunque se muera su padre entre horribles dolores”, máxima que sigue tan al pie de la letra que estuvo vigilando la cara del Mochuelo durante el funeral entero del Tiñoso para que no la incumpliera su amigo.
Existen otros rasgos de los personajes, que son planos y siguen en sus trece a lo largo de toda la historia, que son criticables: por ejemplo, la provinciana admiración de todo aquello que tenga que ver con la ciudad (la piel impoluta de la Mica) y, sobre todo, la farisaica adherencia exagerada a los principios del cristianismo de Lola, la Guindilla mayor. La señora no hace más que ir a don José, el cura, “que es un gran santo”, para preguntarle por nimiedades que para ella suponen dudas extremadamente desasosegantes por si resultaran ser pecado. Hasta el cura le tuvo que decir que no dijera disparates. La Guindilla mayor es muy cotilla para evitar que los demás no pequen, siempre está queriendo dar lecciones y tiene un carácter agrio. A veces piensa en proyectos con el cura para promover los valores cristianos en la aldea.
En cuanto a Moisés, el maestro (el Peón), somete a sus alumnos a castigos crueles como regletazos y obligarles a sostener encima de su cabeza durante tiempos prolongados un tomo muy pesado mientras están de rodillas. En cierta ocasión los tres amigos escribieron una carta imitando la letra de la hermana mayor del Moñigo, Sara, para atraer a ella al maestro, que lleva mucho tiempo soltero. De esta forma distraerían a Sara, que se ocupaba de criar al Moñigo dado que su madre había muerto en su parto, para evitar que ella castigara a Roque. Siempre lo castigaba de la misma manera: lo encerraba un rato en el pajar para leerle ciertos pasajes de la Biblia y pasado eso le preguntaba si había escarmentado y le dejaba salir. El maestro, ya tirando a viejo y algo desesperado, respondió a la carta personándose delante de casa de ella y siendo bastante impúdico en público mientras los tres chavales espiaban la escena. Lo detestan y nunca hablan bien de él.
Se aprecia la evolución de Daniel, el Mochuelo, al verse cómo va superando el asunto de la Mica y va aceptando a la Uca-Uca, que es la hija de Quino, el Manco, y cuya madre murió de tisis, que está enamorada de él y no hace más que seguirle a todas partes. Aunque originalmente él no hacía más que querer separarse de ella y echarle en cara su fealdad, ella lo acompaña en momentos difíciles como el funeral de Germán, el Tiñoso, por lo que hacia el final deja de buscar alejarse de ella y aprecia su rostro pecoso. Sin embargo, tanto al principio del libro, cuando se acuesta, como al final, cuando se levanta, se resalta que la opinión del niño no ha cambiado: a él no le gusta la idea de que tener que progresar tenga que suponer dejar atrás aquello con lo que está ya totalmente satisfecho.
Este es un libro agradable de leer porque, aunque la vida de Daniel, el Mochuelo, haya tenido momentos mejores y peores, la forma de contarlo todo transmite a mi parecer una sensación de apacibilidad y muestra un estilo de vida muy distinto al alocado ritmo del actual.