AVISO: estoy destripando la historia.
Tras el continuo estrés e hincar codos de tener que preparar selectividad, al fin llegó el verano y con él la libertad merecida de escoger a qué actividades nos queremos dedicar. Ahora que el tiempo es nuestro, sin dejar de atender a nuestras obligaciones podremos descansar, jugar, hacer deporte, socializar y aprender en la medida adecuada que nos parezca. Para muchos el verano es tiempo de lectura, y yo he decidido empezar por una recomendación acertada de la profesora Maryam:
Si te dicen que caí es una novela de Juan Marsé (1933-2020), que fue uno de los autores españoles más relevantes de la generación del 50, aquella cuyos miembros empezaron a publicar a finales de los años cincuenta. Fue publicada en 1973 en México tras ganar un premio literario debido a que era totalmente imposible que pudiera ser publicada en España, donde incluso en 1976 siguió estando prohibida por la censura. El título es un verso del Cara al sol, que es el himno de la Falange, el partido fascista que fue integrado en el partido único del régimen franquista, FET y de las JONS. Esto va dando una idea de la realidad que trata.
No es la primera novela que leo que está ambientada en la Barcelona de posguerra: hace dos años me leí una serie de libros de Zafón cuya situación en el tiempo fue evolucionando desde el inicio del siglo XX hasta los setenta, aunque en ese la trama estaba más centrada en intrigas y aspectos fantásticos. También me leí en las vacaciones de Navidad la novela existencialista Nada, de Carmen Laforet, que sí que vivió aquella época de joven. Marsé también en su infancia.
Esta novela tiene un estilo de narración que, como solía ocurrir con la narrativa de los años sesenta y principios de los setenta, era muy innovador. Marsé narra de una manera deliberadamente confusa en la que el lector tiene que atar cabos para enterarse y, aun así, tras una primera lectura yo me he quedado todavía con bastantes dudas. Existen varias historias que inicialmente parecen estar inconexas cuyo su lugar en la trama solo se va aclarando hacia el final. Hay constantes saltos en el tiempo y lugar que parecen estar ahí por capricho, pero que poco a poco se van entendiendo. Por ejemplo, se pasa de hablar sobre un pequeño incendio que provocó una pareja de chavales en un portal por la noche a cómo un celador de hospital está medio borracho mientras tendría que estar ayudando con las labores de la morgue. Acaba teniendo sentido y estoy seguro de que si leyera el libro de nuevo ya no pondría constantemente cara de confusión.
Se alternan fragmentos de descripciones muy literarias con diálogos mundanos o soeces. Además, a veces la frontera entre el diálogo y la narración no está muy clara.
La historia se centra principalmente en la vida de unos chavales de un “barrio de solares ruinosos y tronchados geranios cruzado de punta a punta por silbidos de afilador; un remoto espejismo traspasado por el aullido azul de la realidad”, el barrio de El Guinardó, donde creció Marsé. Cuenta sus fantasías y miserias (por ejemplo, se mencionan casualmente los cucs, que en catalán son gusanos, supongo que intestinales) en un ambiente degradado de la posguerra. Los chavales de la pandilla, que hacen vida en torno a la trapería, tienen sus primeros escarceos sexuales: por un lado, es preciso destacar la omnipresencia de la prostitución a lo largo de toda la historia, mientras que por otro lado es importante explicar la relación entre estos chavales y las chicas de la Casa de Familia, un orfanato.
Algunos de los chavales se dedican a algunas actividades para rascar ingresos o mantenimiento además de los que les reporta la trapería: Amén y Josemari “el Tetas” son monaguillos en la capilla de las Ánimas y Java (Daniel Javaloyes, huérfano de padre y madre) es aprendiz de joyero, primero con sortijas de hueso y más adelante con joyas de verdad, al igual que Marsé en su adolescencia y juventud. Otros miembros de la pandilla son Sarnita, Martín, Mingo y Luis. Java a veces es captado por “la Mastresa”, que es la dueña del bar Continental y hace de madama: un rico pervertido le paga para llevar a una pareja a un piso del Eixample para que tengan relaciones sexuales denigrantes a cambio de dinero mientras él observa semioculto y da órdenes. Esto ocurre en el primer capítulo, tras apenas un par de confusas páginas introductorias, y la prostituta con quien Java monta hábilmente la escena degradante que desea el mirón se convierte en una parte importante de la historia.
La presencia del elemento de derrota en la reciente guerra es constante: recuerdos de edificios destruidos por las bombas y devorados por las llamas, solares abandonados con artefactos explosivos esperando a ser pisados por desprevenidos, los interrogatorios con tortura del falangista señor Justiniano, actos públicos de falangistas en los que todos los transeúntes deben pararse a levantar el brazo y cantar, tiroteos con los grises de faieros convertidos en atracadores, cuando un falangista tuerto interroga a alguno de los chavales sobre sus actividades con las chicas y “solo” les da un par de cachetes y les amenaza de llevarles a un asilo cuando dicen algo que no se cree, la presencia del Auxilio Social, etc. Y se pasa tanto hambre que en cierta ocasión se cuenta cómo cazaron un gato callejero para que la abuela Javaloyes lo cocinara.
En una de las dos historias paralelas, un grupo de anarquistas de la FAI trata fútilmente de hacer resistencia contra el franquismo: que si contactos en el sureste de Francia, que si atentados contra monumentos y la policía… se va degenerando en atracos y vulgar carterismo, y los integrantes del grupo van perdiendo la esperanza libertaria a medida que algunos van siendo abatidos por “la bofia” y otros son encarcelados o mueren en la miseria. Lage, Palau, Bundó, Jaime Viñas, Marcos, “el Taylor”, Fusam, Sendra, Guillén, Ferrán, Navarro y Ramón. Se sabrá más adelante que Luis Lage es padre de Luis, que Marcos “el marinero” es hermano mayor de Java y que “el Taylor” se casará con Margarita, una de las chicas del orfanato. Precisamente en el último capítulo, el 24, a principios de los años setenta los dos supervivientes de ese grupo, Lage y Palau, se encuentran y conversan en el andén del metro. Ancianos, con el cuerpo y la moral degradados. De esta manera, se desmorona la idea de la literatura prerrevolucionaria; la burguesía no estaba en decadencia y la clase trabajadora, los subyugados, no actuaba con nobleza. Aquí cada uno sobrevivía como podía, y lo que había por aquel entonces era pura desesperanza. La última frase del libro: “hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños”.
Los chavales se sientan en cualquier lugar, sea en el bordillo o reunidos en su “refugio” (acceso subterráneo secreto a la capilla) a la luz de la vela, a contar aventis, historias plausibles de aventuras en las que uno no sabe qué es verdad y qué es ficción. Remiendan los huecos de su memoria o conocimientos con la imaginación y crean relatos emocionantes. Por ejemplo, narran la conversación de Java con un obispo u otras vivencias. Las historias que cuentan al falangista también adquieren a veces un tono mágico aparte de la adulación que se espera a tal autoridad (eso sí, al mismo tiempo, dentro de su cabeza, le están insultando).
En una parte de la capilla, iglesia parroquial inacabada por la guerra, se está llevando a cabo un ensayo de una obra de teatro. Java está empeñado en obtener un papel principal, el de Luzbel, por lo que decide dar una paliza al niño al que ha sido asignado para inhabilitarle y obligar a que le elijan a él, que se ha memorizado el papel ensayando por la noche. El director de la función no es otro que Conrado Galán, un joven que durante la guerra fue alcanzado por metralla en el espinazo y que está recluido en una silla de ruedas. Es lo que los fachas llamarían “mártir de la Cruzada contra el bolchevismo”. Sin embargo, su descripción, sobre todo por su bastón y la toalla que utiliza como pañuelo, coincide con la del pervertido: es él.
Los chavales a veces se dedican a interrogar a las chavalas del orfanato para sacarles información. En un día de fiesta, convencen a Juanita de que quieren jugar a médicos en un descampado. Es para intentar sacarle información sobre no sé qué municiones enterradas con las que jugar, pero Java acaba desviando el tema del interrogatorio a buscar información sobre Ramona, “la puta roja”, aquella con quien tuvo sexo delante de Conrado. La pandilla entera hurga por turnos desordenados en la vulva de Juanita y ella les escupe. Todos se ponen insisteros con las municiones, y Java se pone serio con el tema de Ramona hasta el punto de que a sus demás compañeros ya no se están divirtiendo. Saca la navaja y saca información. Con esta violencia sexual, física y verbal que es tan omnipresente en la novela se dedican estos muchachos a divertirse, a veces ni se sabe por qué.
Un día convence a otra muchacha, María Armesto “la Fueguiña”, esta vez muy relevante en la trama, de ensayar por la noche en el teatro (acceden por el refugio) una obra que se ha inventado Sarnita. ¿La obra?: la atan un bidet y la interrogan. Le abren las piernas, ponen un cirio entre medias y amenazan entre risas con quemarle la vulva. Ella suelta lo que sabe sobre Aurora Nin, que es el nombre real de Ramona. Les sigue el juego seguramente por miedo. Con esa tortura aprenden sobre el pasado de Aurora, directora provisional del orfanato durante la guerra y sobrina de Artemi Nin, miembro del POUM. Es muy importante el apellido Nin: en la guerra civil real, Andreu Nin fue un destacado miembro del POUM (un partido marxista revolucionario antiestalinista) que fue asesinado en 1937 por agentes estalinistas, pues dentro del bando republicano hubo encarnizadas rencillas ideológicas, y en el libro se hace una vaga mención de las Jornadas de Mayo. Después de que La Fueguiña fuera amenazada con la navaja y obligada a apagar un cirio con los muslos (milagrosamente no se quemó), la liberaron.
Más adelante “ensayaron” con Virginia y la Fueguiña un episodio en el que los chavales disfrazados de “morancos” las desnudan y manosean la vulva de Virginia, que se debate en sus ligaduras y chilla; los sádicos chavales están recreando cuando los regulares la violaron en la guerra. Es un sinsentido muy cruel en el que los chicos lo están pasando bomba. También se sabe que Java y la Fueguiña son novios y que “lo hacen en el terrado”. Su método de tortura es colocar un reguero de pólvora en el bidet donde su víctima está despatarrada y acercar una llama para quemar los pelos púbicos.
Paralelamente, se van narrando las miserias y altibajos de Ramona y Menchu (Carmen), otra prostituta que en el pasado fue una criada maltratada. A veces parece que son “furcias de postín” o “rubias platino” (esos términos se utilizan cien mil veces a lo largo del libro) que tienen hechizados a los más ricos de la ciudad (por ejemplo, estraperlistas), mientras que en otros momentos parece que de lujo nada, que están hundidas en la miseria. No queda muy claro, va intercalando los dos de una manera que no parece tener sentido. Java busca a Ramona y cuando la encuentra (no queda claro cuándo ocurre) suplica hablar con ella. En la habitación donde vive ella le cuenta lo que sabe: cómo antes de la guerra Pedro, un joven de quien estaba enamorada, no hacía más que follarla en la propia cama de Conrado cuando ella tenía que estar haciendo de criada de Conrado, quien les descubrió pero no dijo nada para poder espiarlos. Le regalaba ropa interior sexi y en la guerra la violó. Cuando Artemi decidió tomarse la justicia por sus manos, por error apresó al padre de Conrado y lo ejecutó en una cuneta mientras a Aurora por el trauma no le salía la voz para decir que no era él, que era el hijo. Mientras contaba la historia, Java era incapaz de tener sexo con ella.
Ya hacia el final de la historia se van averiguando las conexiones entre los anarquistas, cuyas muertes se van sucediendo, y los traperos. Además, asesinan a Menchu (no queda claro quién contrató a los matones) cuando su época de éxito como “furcia de lujo” ya estaba pasada. Va pasando el tiempo y llegamos a principios de los setenta, cuando se revela al fin la conexión entre la historia Ñito, el celador semiborracho, y Sor Paulina: Paulina se sentía fea e insegura de niña cuando todas sus demás compañeras del orfanato se iban echando novios, por lo que se metió a monja; una noche en la que acababa de irse insatisfecha de una fiesta, encontró por pura casualidad el refugio y entró al teatro justo cuando estaban torturando a Virginia y la Fueguiña. Lo presenció todo agazapada. Ñito es Sarnita, que se llama Antoñito Faneca (es preciso mencionar que Faneca es el apellido que tenía Marsé al nacer antes de ser adoptado); ya decía por aquel entonces que quería convertirse en cirujano, y casi treinta años más tarde ahí estaba de celador en la morgue.
A quienes habían recibido eran nada más y nada menos que (spoiler muy grande) los cuerpos de Java, Pilar (su mujer) y sus dos hijos gemelos. En el capítulo dos se hace una escalofriante descripción de cómo había un coche que se había salido de una curva situada al borde de un acantilado y cuyos ocupantes ahora yacían inmóviles flotando en el vehículo semisumergido. En uno de los últimos capítulos Ñito y Paulina narraron dialogando que al final la Fueguiña decidió casarse con Conrado, de quien cuidaba desde que era niña (le limpiaba, empujaba su silla, tenía una actitud muy protectora con él y se ponía a la defensiva cuando hablaban mal de él) en lugar de con Java, que acabó casándose con Pilar. Se describe cómo más adelante, dejando atrás su infancia, al empezar por fin a trabajar formalmente como ayudante de joyero Java abandonó la trapería sin despedirse de los vecinos y quemó en una hoguera de San Juan los objetos viejos relacionados con su vida anterior. Mientras tanto, se muestra la imagen de un Conrado viejo y cada vez más inválido por la metralla siendo empujado por la Fueguiña, que casi treinta años atrás sufrió quemaduras incurables al salvar la vida de Conrado en un incendio en el teatro. Nunca se supo el motivo exacto del incendio, pero sí que se describe cómo la Fueguiña está atada de por vida a cuidar de él y que renunció a tener vida por ello.
Con todo eso como conclusión queda claro el tono pesimista y despiadado de la obra entera. Tal y como era la vida en la sociedad franquista para los vencidos (realismo social), en esto todo empieza y acaba mal y con estas desorientadoras técnicas nada parece tener sentido desde el inicio hasta el final. Es una lectura dura tanto por el contenido como por su complejidad que dificulta tanto su comprensión. Es increíblemente detallada su descripción de la vida de la posguerra en Barcelona; se fija muy bien en qué expresiones utilizar (el lenguaje muy vulgar y se hace alusión a placeres cotidianos como los dulces (la pega dolça) y el tabaco) y presta mucha atención a detalles como las joyas que llevan los personajes, destacando el escorpión dorado que tanto cambia de manos a lo largo de la trama.
Tal y como dice un crítico:
En palabras del autor, la novela no es tanto una revancha personal contra el franquismo, como una secreta y nostálgica despedida de su infancia. Es una de las obras más personales de su autor, pues al escribirla sólo pensaba en los anónimos vecinos de un barrio pobre que ya no existe en Barcelona, en los furiosos muchachos de la postguerra que compartieron con él las calles leprosas y los juegos atroces, el miedo, el hambre y el frío, en su propia infancia y adolescencia. La novela está compuesta por voces diversas, contrapuestas y hasta contradictorias, voces que rondan la impostura y el equívoco, que tejen y destejen una espesa trama de signos y referencias y un ambiguo sistema de ecos y resonancias.
El libro, cuyos personajes son todos unos antihéroes (salvo la policía y los falangistas, que directamente son malvados y sin personalidad, lo que fue motivo de censura), es violento y está siempre en la penumbra entre la realidad y la ficción que caracteriza a las aventis. Como lectura complicada que es, no es el tipo de libro que se mandaría leer en un instituto (más os vale, jajaja), pero como lectura de verano sí que es recomendable porque cuando se cuenta con mucho tiempo para reflexionar con tranquilidad, es decir, lo que no podemos hacer durante nueve meses al año, tiene sentido poder dedicarse a esta actividad tan estimulante que es intentar entender una trama enrevesada.