Lectura y análisis: Rebelión en la granja, de George Orwell.

AVISO: de nuevo estoy destripando la historia.
Atribución de la colorización de esta imagen: Cassowary Colorizations.

Eric Arthur Blair, mejor conocido por su pseudónimo George Orwell (India Británica, 1903-Londres, 1950) fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico mundialmente conocido por sus posiciones respecto del totalitarismo, expresadas en Rebelión en la granja y 1984. Un breve repaso por su biografía revelará varios eventos importantes en su vida acortada por la tuberculosis:

Su familia trabajaba en el imperio colonial británico y tiene un antepasado que era esclavista. Se crio en Inglaterra y estudió en Eton. Al acabar, en 1922 se unió al cuerpo de la Policía Imperial en Birmania debido a que no podía costearse una educación universitaria. Estuvo cinco años en Birmania y su experiencia allí le convirtió en un antiimperialista y antirracista: eso fue lo que inspiró algunos ensayos suyos y la novela Los días de Birmania (Burmese days), que hace unos meses dejé a medias porque me estaba resultando deprimente (así de desesperanzadora era la vida en la colonia tanto para los blancos opresores como para los nativos oprimidos).

Sin blanca en París y Londres (Down and Out in Paris and London) es un reportaje que muestra cómo era fue su vida en un período en el que vivió a trancas y barrancas como parte del lumpen urbano. Más adelante fue encadenando una serie de trabajos que inspiraron La hija del clérigo y su investigación sociológica sobre la clase trabajadora inglesa que relaciona con su infancia de clase media y sus convicciones políticas socialistas: El camino a Wigan Pier (The road to Wigan Pier).

Cuando estalló la guerra civil española como antifascista que era se presentó en diciembre de 1936 para luchar por la República. Fue asignado a una milicia del POUM (trotskista) y luchó en la sierra de Alcubierre. También participó en las Jornadas de Mayo, unos sucesos violentos en el seno del bando republicano que enfrentaron a los anarquistas (CNT-FAI, amigos de Durruti y FIJL) y trotskistas con el gobierno de la República, la Generalidad, el PCE y el PSUC, cuyo resultado fue que los comunistas, representando internacionalmente a Stalin, ganaron el control sobre los que abogaban por la “revolución permanente”. Después de las Jornadas de Mayo volvió al frente en Huesca y sobrevivió a recibir un tiro en el cuello. Cuando Largo Caballero dimitió por negarse a ilegalizar el POUM, Negrín lo hizo y Orwell se marchó de España en junio de 1937. Esto inspiró su libro Homenaje a Cataluña, en el que no oculta su admiración a la revolución libertaria de los anarcosindicalistas. Fue este suceso clave, presenciar la represión estalinista, lo que le convirtió en un ferviente antiautoritario. Siguió siendo socialista, en concreto, socialista democrático, lo que le valió ser espiado por el MI5 durante más de diez años.

En la guerra colaboró con los esfuerzos bélicos de su bando, y más adelante renunció a su puesto en la BBC para convertirse en columnista. Lo único de lo que Orwell pecó muy gravemente fue de homofobia, un prejuicio totalmente generalizado en su época.

Así, conociendo el porqué de sus convicciones políticas, se puede entender Rebelión en la granja, una cortísima obra alegórica sobre la perversión del socialismo que fue la URSS. De hecho, como obra tan directa y sencilla de leer que es, no en vano está en la sección juvenil de la biblioteca municipal y puede ser leída por niños, aunque bien es cierto que en mi opinión es mejor leerla con algo más de conocimientos sobre las distintas ramas del comunismo.

La historia es simple: los animales de la Granja Solariega, gestionada pésimamente por el borracho Jones, están hartos de ser explotados. El Viejo Comandante, un cerdo anciano, expone antes de morir sus teorías, un calco del marxismo aplicado a los animales, a todos los animales de la granja. Un día ocurre la gota que colmó el vaso y, antes de que se den cuenta, los animales, concienciados casi todos de que están siendo explotados y que hay un “antagonismo de clase” inherente contra los humanos, han expulsado a Jones y sus peones de la granja, produciéndose así la revolución.

Debido a que en el libro distintas especies de animales tienen distintos niveles de inteligencia, los que la tienen superior, los cerdos, se convierten en los líderes intelectuales de la revolución. Sintetizan las ideas del Viejo Comandante (Marx) en unos siete mandamientos del “animalismo” y empiezan a organizar una sociedad animalista en los terrenos de la granja. El Viejo Comandante se acordaba de una canción que cantaban antiguamente, Bestias de Inglaterra, que se convirtió en himno animalista; es el equivalente de La internacional. Los cerdos representan el famoso “partido de vanguardia” por el que apuestan las corrientes leninistas del marxismo.

Inicialmente están contentos por la euforia revolucionaria de sentirse liberados de Jones (el zar) y toman muchas medidas sociales para mejorar las condiciones materiales de los animales. Por ejemplo, utilizando los manuales que encontraron en la casa de Jones, enseñan a leer a los demás animales, con resultados variables dependiendo de la especie. Todos los domingos votan democráticamente en asamblea todas las medidas que proponen los cerdos (eso es el muy cuestionable “centralismo democrático” que Lenin propuso en 1902 y puso en práctica tras la revolución). Sin embargo, pronto empiezan a surgir problemas. Los dos principales líderes, Bola de Nieve y Napoleón, están en desacuerdo para prácticamente todo. Tienen concepciones muy distintas de qué es la revolución y qué se debe hacer en una sociedad animalista.

Bola de Nieve quiere mejorar la vida de todos con muchos proyectos, incluyendo la mecanización representada por el molino de viento, cuyo objetivo según él debe ser proporcionar agua caliente y electricidad a todos al mismo tiempo que reduzca la carga de trabajo. Mientras tanto, Napoleón apuesta por educar a los jóvenes en los principios revolucionarios; secuestró a nueve cachorros recién nacidos y se los llevó a un desván para ocuparse de su educación. La leche de las vacas desaparecía misteriosamente y pronto se descubrió que iba a parar a las raciones de todos los cerdos, y las manzanas caídas también se destinaban únicamente a los cerdos, estando todos ellos de acuerdo con aquella medida no equitativa: empiezan los privilegios a los cerdos.

Con la ayuda de palomas mensajeras, Bola de Nieve quiere extender la revolución a otras granjas (la revolución continua de Trotsky), mientras que Napoleón expresa desprecio por esa idea, la del molino y los comités de Bola de Nieve, y aboga por el “animalismo en una granja” (es el socialismo en un país de Stalin, algo que es totalmente contrario a la naturaleza internacionalista del socialismo). Todavía con la presencia de ambos se producen avances como la victoria en un enfrentamiento contra Jones, que vino con varios peones armados para recuperar la Granja Solariega, que había sido rebautizada como Granja Animal (es el Ejército Blanco). El conflicto culmina con la expulsión por sorpresa de Bola de Nieve por los cachorros de Napoleón, que en secreto habían crecido hasta ser temibles perros mortales y agresivos. Son la policía secreta del régimen.

El nuevo régimen de Napoleón es brutal: se abolen las asambleas, desaparece cualquier atisbo de transparencia y todos los animales salvo los cerdos trabajan cada vez más duro por raciones cada vez más pequeñas mientras los cerdos no hacen más que aumentar sus propios privilegios. Los cerdos aumentan tanto sus privilegios que cada vez se comportan de manera más y más parecida a los humanos y se ven obligados a retocar los mandamientos por la noche para que se ajusten a su nuevo comportamiento. La inmensa mayoría de los demás animales no saben leer, y los muy pocos que sí pueden no se cuestionan demasiado las acciones totalitarias de los cerdos. Por ejemplo, el caballo Boxeador, que solo sabe las letras a, b, c y d, es el animal más fuerte de la granja y tiene como máxima “trabajaré más duro” y “Napoleón siempre tiene la razón”. En más de una ocasión se ve extrañado por acciones de los cerdos que, según el recuerda, no siguen los principios del animalismo, pero cuando Chillón, el representante de Napoleón (alegoría de Molotov, la increíblemente leal y brutal mano derecha de Stalin, y el Pravda, el principal órgano de propaganda soviética), les da falsas justificaciones, él se lo cree a pies juntillas porque lo dice Napoleón. Boxeador, que hacia el final se lesiona de tanto trabajar duro y es cruelmente traicionado por Napoleón (promete que será tratado por el mejor veterinario de Inglaterra, pero en lugar de eso llama a un matarife para deshacerse de él), es la clase trabajadora, que por falta de cultura fue embaucada por los bolcheviques de forma que pensaran que realmente estaban velando por sus intereses.

Jornadas más largas, abolición del descanso dominical, raciones más reducidas, privilegios propios de los humanos para los cerdos (dormir en una cama, convertir pastos en campos de cebada para beber cerveza, beber whisky obtenido del beneficio económico de explotar a los demás animales, etc.) reflejan una realidad evidente para los antiestalinistas: la Unión Soviética no tenía nada de comunista más que el nombre del partido único. Aunque yo no sea “comunista de izquierda” y esté en desacuerdo con bastantes cosas de las que dicen, algo en lo que sí que estoy de acuerdo es la conclusión de su análisis: la URSS dejó de ser una dictadura del proletariado (llamadme menchevique, pero, a diferencia de los comunistas de izquierda, a mí no me parece bien ese concepto porque es una pendiente resbaladiza) cuando los bolcheviques empezaron a renunciar a los conceptos del comunismo y se centraron en el socialismo en un país, es decir, industrializar a toda costa mediante la acumulación de capital por parte del Estado (por eso la URSS es considerada capitalismo de Estado por los izquierdistas antiestalinistas como yo). Napoleón hace eso: quiere incrementar al máximo la producción de la granja para enriquecer a la clase porcina, y Chillón no hace más que gritar a los demás las estadísticas falsas de cómo han aumentado espectacularmente el rendimiento y las raciones (más falso que un Judas).

Ese detalle de denunciar las estadísticas falsas, junto con el fenómeno de reescribir la historia, es clave en el antitotalitarismo. Napoleón y sus secuaces no hacen más que reescribir los mandamientos, difamar a Bola de Nieve alterando la narrativa sobre cómo fue su papel en la revolución, echar a Bola de Nieve la culpa de todos los males de la granja y agitar el miedo del regreso de Jones al mismo tiempo que comercian (los mandamientos originales lo prohibían) con las granjas vecinas. Tan pronto como uno de los dos vecinos se convierte en enemigo por cualquier razón (por ejemplo, porque dicen que ahí se está escondiendo Bola de Nieve), se convierte en aliado por estrategias comerciales de Napoleón. Todo esto me recuerda muchísimo a 1984, un libro antitotalitario más extenso, elaborado y descorazonador (ya no es una fábula para niños) escrito por Orwell unos años más tarde, poco antes de morir.

Napoleón utiliza a los perros para intimidar a cualquier posibilidad de tener ideas de posición y ejecutar públicamente a los opositores (otro mandamiento que ningún animal matará a otro animal). Las ovejas, los animales más estúpidos de la granja, sirven como mecanismos de propaganda masiva: para sofocar cualquier opinión contraria balan ruidosamente y sin parar la frase “cuatro patas sí, dos patas no” nada más Napoleón o Chillón terminan de decir algo. El molino de viento, que Napoleón había despreciado antes de la expulsión de Bola de Nieve, se convierte en un gran objetivo debido al potencial beneficio económico que los cerdos podrían sacar de él. Entonces, pese a los contratiempos de una tormenta que derruyó la obra, un sabotaje de granjeros vecinos y el hecho de que los animales no pudieran manejar herramientas de los humanos, al final, tras mucho esfuerzo, consiguieron edificar el molino mientras se encargaban al mismo tiempo de las cosechas. Mediante un agente representante de los humanos, Napoleón vendía grano molido, parte de las cosechas y una draconiana cuota de huevos que las gallinas estaban obligadas a poner.

Los cerdos reescribían la historia (los animales, que tienen vidas mucho más cortas que los humanos, ya ni se acordaban de cómo era la vida antes de la revolución), se inventaron condecoraciones para sí mismos, prohibieron Bestias de Inglaterra (Stalin hizo lo mismo con La internacional para relacionarse con los países capitalistas) y, hacia el final del libro, en una escena inolvidable, se reunieron amistosamente con humanos para hablar con ellos. Los cerdos ya habían llegado hasta el extremo de emborracharse con whisky, utilizar vajilla refinada, caminar a dos patas y utilizar ropa humana. Se reunieron en la casa, reservada exclusivamente para los cerdos, con los humanos, y en una partida de cartas se enzarzaron en una discusión con ellos en la que, al revolcarse por el suelo, para los demás animales que observaban atónitos desde fuera los cerdos ya resultaban indistinguibles de los humanos. Con ese potente final denunciando su capitalismo de Estado acaba la historia de la fábula antiestalinista.

El Orwell de 1943, fecha cuando fue escrita Rebelión en la granja, no fue capaz de prever la guerra fría, aquel enfrentamiento ideológico entre dos bloques que, cada uno a su manera (eso sí, indudablemente sigo prefiriendo vivir en EEUU que en China), era totalmente tiránico, imperialista y explotador. Tras encontrarse con serios problemas para publicar el libro durante la guerra debido a que criticaba ferozmente a sus aliados provisionales contra el Eje (Orwell lo denunció en el prefacio, que trata sobre la libertad intelectual) al acabar la guerra lo consiguió publicar. Como explicó, se había tenido que enfrentar por un lado a los izquierdistas que creían ciegamente en Stalin y por otro lado a la actitud de “aunque sean malvados, eso de criticar a nuestros aliados en la guerra no se hace porque los perjudica” que tenían incluso los conservadores. En la guerra fría, los conservadores pronto se apropiaron de Rebelión en la granja y 1984. La CIA y los organismos de todos los países del bloque capitalista promovieron los libros e insistieron en darle un significado “anti-cualquier izquierdismo” que nunca tuvieron.

Fascismo y estalinismo, que en verdad nada tiene de comunista (no mucho antes de morir, Lenin criticó en su Testamento las actitudes que observaba en Stalin), son dos caras de la misma moneda. Los fascistas, tal y como se lee en sus veintisiete puntos, también estaban opuestos al capitalismo, pero no por liberar a la clase trabajadora, sino para someterla al ultranacionalismo y el genocidio de los “Untermensch” que los nazis querían erradicar de la faz de la tierra. Recuperemos el verdadero significado de estas denuncias del totalitarismo para, por ejemplo, dejar de creernos estúpidos eslóganes que tratan identificar cada ideología que esté a la izquierda del centro con el “comunismo”, se intuye que el estalinismo e ideologías similares como el Juche.

En cuanto a Bola de Nieve, Trotsky, en el libro queda en el aire la incógnita de si él hubiera sido un dictador o no. Aunque lo que dice sonaba bien y parecía que se preocupaba por la clase trabajadora, aceptó el privilegio de la leche y las manzanas y el concepto del partido de vanguardia. Enfadaré a más de un trotskista con esto que voy a decir, pero yo pienso que Trotsky también habría sido un dictador imperdonable si hubiera podido gobernar en lugar de Stalin. Habría sido distinto porque sus ideas eran muy distintas, pero yo creo que igualmente habría utilizado algún tipo represión para evitar la contrarrevolución (ahora es cuando debería señalar que los países capitalistas liberales también reprimen para evitar una revolución que sea contra el liberalismo). Trotsky estuvo en contra de la revolución de los marineros de Kronstadt, la isla en frente de San Petersburgo (por aquel entonces Petrogrado) que se rebeló en invierno de 1921 con ideas más o menos socialistas libertarias por el mal uso del poder de los bolcheviques. El Ejército Rojo sofocó la revolución. Por ende, el aire de “revolución traicionada” (así se llama un libro muy importante de Trotsky) que se percibe a lo largo de toda la historia de este libro no necesariamente refleja una defensa de Bola de Nieve o, en 1984, de Emmanuel Goldstein sino una denuncia de todo tipo de autoritarismo en el seno de la izquierda.

Cómo era Trotsky en muy resumidas cuentas.

Por último, me gustaría destacar el papel de Benjamín, el burro viejo, en esta historia. Es el animal más anciano de toda la trama y sobrevive desde el principio hasta el final de la historia. Es un personaje algo más complejo que los demás en el sentido de que no es abiertamente contrarrevolucionario como la yegua Marieta (la clase alta que estaba cómoda viviendo bajo el zarismo) ni tampoco apoya la revolución. Es un personaje muy inteligente (lee tan bien como los cerdos), pero tan cínico que ni siquiera quiere leer los mandamientos a los demás hasta que ya es demasiado tarde, cuando ya todos han sido reducidos a uno: “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Solo intenta (fallidamente) hacer algo al respecto de su habilidad de leer cuando lee el letrero del carro que se está llevando a Boxer: “matarife”. Es totalmente escéptico de que las ideas revolucionarias vayan a mejorar lo más mínimo el estándar de vida de la granja, pero no muestra oposición activa a ello. No se sabe exactamente qué representa, pero la opinión mayoritaria es que es una alegoría de los intelectuales que no transformaron su oposición a Stalin en acciones concretas más allá de refunfuñar. Benjamín es el animal con más experiencia y es más realista respecto de las revoluciones.

Eso ha sido todo respecto de esta obra. Junto con 1984 y otros libros distópicos os la recomiendo encarecidamente.

A veces me gusta escribir cosas de ninguna temática en concreto, en especial de opinión.
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