El segundo capítulo del libro A People’s Green New Deal (Max Ajl) empieza con una frase sugerente: “¿Puede todo mantenerse igual mientras todo cambia?”. Luego pone ejemplos como “coches eléctricos llenan las autopistas”, “los Boeing 747 queman biocombustible en lugar de petróleo” o “paneles solares y aerogeneradores cubren el paisaje”. Una “Gran Transición” puramente basada en una tecnología rentable da una visión de un futuro sostenible y moderno ¿Podría un mundo así existir? Es muy posible, y además no vendrá desde abajo sino desde arriba: si aquellos que tienen los medios para conseguirlo están interesados porque lo ven como una buena oportunidad de negocio, potenciarán este cambio. Los políticos no negacionistas del cambio climático pensarán que por el bien de todos habrá que fomentar estatalmente esas iniciativas, por lo que en mayor o menor medida dependiendo de sus ideas apoyarán diversas políticas para lograr esa “Gran Transición”. De esta manera se consolida un tipo de economía mixta en la que el Estado pone ciertos límites a las empresas e interviene algo en la economía sin dejar de creer del todo en el mercado: la socialdemocracia.
En su origen, a mediados y finales del siglo XIX, los socialdemócratas eran totalmente marxistas y lo siguieron siendo hasta mediados del siglo pasado, pero, al ver la dificultad de conseguir la revolución y subsiguiente “dictadura del proletariado” por la que abogaba Marx, decidieron que por el momento lucharían por implementar reformas lo más ambiciosas posible dentro del capitalismo para ir aliviando el sufrimiento de la clase obrera. Creían en el inevitable derrumbe del capitalismo pronto o tarde, pero que mientras no hubiera revolución intentarían que al menos la sociedad fuera lo más justa posible dentro del capitalismo. Se acogerían a tendencias reformistas (por ejemplo, la Sociedad Fabiana) para intentar mejorar la vida de todos. Es loable su buena intención, y además no podría estar más de acuerdo con su defensa de la democracia.
Sin embargo, tiene sus problemas. Aunque la socialdemocracia ha llegado a crear un Estado de bienestar muy fuerte, incluso en los países más socialdemócratas del mundo, los nórdicos, ha habido desde hace cuarenta años un retroceso de sus medidas sociales. Si bien es cierto que los países nórdicos siguen siendo líderes en ese aspecto, nada impide que nueva legislación empeore los derechos que sus ciudadanos ya daban por sentado. Legislación que los ciudadanos no querrían si supieran sus consecuencias; legislación aprobada por influencia de magnates. Asimismo, son países muy desarrollados cuya sociedad se sostiene en el hecho de que consume una gran cantidad de recursos que se pueden conseguir fácilmente de países pobres del sur global, incluso si los métodos de extraer estos recursos son inhumanos. Está muy bien querer que tu país renuncie a los coches de gasolina o diésel, pero antes hay que pararse a pensar en que las baterías de los coches eléctricos requieren ciertos minerales. Uno de ellos es el cobalto, cuyos mayores depósitos están en la República Democrática del Congo: ya os podéis imaginar cómo sigue la historia. La socialdemocracia no consigue evitar que estos materiales sean obtenidos de manera explotadora porque no es capaz de obligar a las empresas a tratar humanamente a trabajadores en lugares lejanos.
Además de que algunos “socialistas” han tomado políticas claramente adscritas al liberalismo económico que el socialismo sin comillas rechaza (por ejemplo, Felipe González), durante los mandatos de socialdemócratas las grandes empresas han podido seguir comprando cantidades abusivas de tierra en países del sur global. Eso es completamente contrario a los principios de justicia que abanderan los socialdemócratas porque si una empresa controla los recursos estratégicos de un país, tiene un enorme poder y va a querer mantenerlo, de forma que, ejerciendo influencia en las decisiones de política exterior de países del norte, va a evitar la proliferación de movimientos políticos anticolonialistas, es decir, que va a querer evitar que se elijan democráticamente aquellos que busquen reducir su poder (devolvérselo a los ciudadanos de ese país del sur). Si un político congolés osara nacionalizar recursos como el cobalto con la intención de que los mineros lo pudieran extraer de manera ética (ese sería el primer paso para que tengan control sobre lo que producen), países como EEUU se lanzarían contra él y gritarían que es un sucio comunista. Un monstruo imperialista queriendo dar lecciones sobre derechos humanos…
La socialdemocracia, tan laxa con los gigantes internacionales, en definitiva no sirve para la verdadera emancipación del sur global, clave para que estos países puedan aspirar a mejorar libremente sus condiciones de vida mediante un desarrollo sostenible que no esté dictado por los mismos que les explotan. Nosotros, los que hemos vivido en los países ricos, no tenemos idea de primera mano de cómo es la vida allí y no estamos cualificados para decirles qué hacer. Los países nórdicos dependen de este consumo abusivo de recursos para mantener sus Estados de bienestar y, como todos los países del norte global, rechazan la existencia de una deuda climática histórica que tienen los países “desarrollados” con los “poco desarrollados” por el daño que llevan haciéndoles durante siglos.
Escuchemos a los indígenas, científicos y trabajadores para que el trabajo de todos tenga unas condiciones dignas y les dé para vivir con suficiencia y se aplique una solución realmente justa al cambio climático. Así se podrá lograr una solución en la que los países de la periferia puedan ejercer su soberanía y los países del núcleo imperial se vuelquen en reparar el daño que han hecho y en decrecer sus economías y mejorar las condiciones materiales de sus clase trabajadora. En una verdadera democracia la economía y las relaciones de producción también funcionan democráticamente. Los gobiernos realmente actuarán según las necesidades de su población, que tendrá poder sobre sus decisiones, y se trabajará desde un marco totalmente distinto al actual, mucho más democrático y compatible con el medio ambiente.
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Bueno, ese artículo de opinión apenas ha tocado de manera muy básica y superficial un asunto de importancia máxima. No he podido profundizar más porque yo apenas soy un novato de estas ideas y no soy ni economista, ni filósofo ni víctima del imperialismo. Sí que puedo citar inspiraciones con las que estoy mayoritariamente de acuerdo y que me han servido para formar esta proto-opinión:
https://www.jstor.org/stable/j.ctv1p3xjwp <– principalmente los capítulos 2 y 4.
https://roape.net/2018/06/19/a-self-enriching-pact-imperialism-and-the-global-south/
https://roape.net/2021/07/21/a-peoples-green-new-deal-an-interview-with-max-ajl/
Hola Jorge, muchas gracias por la recomendación y por la valoración positiva. Me lo apuntaré a la lista de libros que quiero leerme después de selectividad. Me he pasado de nuevo por el artículo para hacer pequeños cambios: matizar algo más algunas palabras.
Un saludo,
Guillermo.
Interesantísimo y sugerente artículo, Guillermo.
Me permito sugerirte un libro en español (supongo que no será problema el que no esté en inglés): «Raíces económicas del deterioro ecológico y social», de José Manuel Naredo (Madrid, Siglo XXI).
Un saludo,
Jorge