¿Qué puedo hacer contra el cambio climático?

Atribución de la imagen destacada: RCraig09.

Voy a empezar este artículo con ese título, y lo primero que voy a hacer es cuestionarlo: en mi opinión, esa pregunta, aunque tiene una intención muy buena y está bien preguntársela, está mal planteada. Todo el mundo se la ha hecho mil veces, pero, ante la falta de respuestas satisfactorias, por lo general se ha instaurado una apatía que no ayuda nada.

Como bien sabes, está muy de moda el concepto de la huella de carbono, que no necesito explicar porque lo conoce todo el mundo. En internet existen muchas calculadoras de huella de carbono cuyo objetivo es que identifiques algunos frentes en los que podrías mejorar para reducir tus emisiones y así mitigar el cambio climático. La historia de este término se remonta a principios de los años noventa, cuando el ecologista canadiense William Rees y el planificador urbano suizo Mathis Wackernagel, ambos de la Universidad de la Columbia Británica, acuñaron el término “huella ecológica”. Wackernagel lo utilizó en su tesis doctoral (Ecological Footprint and Appropriated Carrying Capacity: A Tool for Planning Toward Sustainability, 1994). La definición de la huella ecológica es el área de tierra necesaria para sostener una población, incluyendo todas sus actividades. Si se mide per cápita, el resultado es una métrica que muestra la biocapacidad requerida por persona. A medida que aumenta la población mundial y evidentemente no aumenta la cantidad de recursos disponibles, la biocapacidad por persona va disminuyendo, y en la actualidad se encuentra ligeramente debajo de las dos hectáreas por persona. Este mapa muestra cómo era este dato en el año 2007:

Y aquí hay otro gráfico mostrando en qué medida se pasan la mayoría de los países con su ritmo de consumo de recursos:

Atribución.

Vale, esta métrica no está nada mal y en mi opinión no tiene grandes problemas. ¿Por qué entonces critico tanto el término “huella de carbono”? Sigamos con su historia: a partir de la huella ecológica, surgió la huella de carbono (cantidad de equivalente de CO2 emitido por un individuo) en una campaña publicitaria de BP (British Petroleum) del año 2004. ¿Qué hace una petrolera haciendo anuncios que promueven ser “verdes” cuando ellos mismos son la industria menos “verde” del mundo? Es sencillo: están transfiriendo la responsabilidad de cambiar a los consumidores. Están queriendo decir “sí, sí, tú puedes solucionar el cambio climático” para poder eximirse ellos mismos de dejar de hacer daño al medio ambiente. Imagen del vertido de la Deepwater Horizon en el Golfo de México en 2010, que pertenece a BP. Puede que antes de continuar este sea el momento adecuado para hablar algo sobre la historia de la ciencia del cambio climático:

  • En el siglo XVIII se empezó a aceptar que la cosmología bíblica, que era estática, es incompatible con las evidencias que los científicos observaban (por ejemplo, bloques erráticos), que claramente mostraban que en el pasado el clima había cambiado. Recuerdo que una vez Aurora, la profe de religión, dijo que la ciencia por un lado y la religión por otro; hacia finales del siglo XVIII cada vez más científicos estaban llegando a esa conclusión.
  • En 1824 Joseph Fourier razonó que la temperatura de la superficie de la tierra sería más baja si no tuviera atmósfera y que variaría si cambiara su composición. Esto se debe a que transmite eficientemente la luz visible y, sin embargo, no transmite bien la infrarroja, que se queda atrapada y aumenta el calor de la atmósfera. En 1859 John Tyndall midió la capacidad de absorción de radiación infrarroja de diversos gases y vio que algunos como el vapor de agua, el CO2 y el metano tenían mucha. Para acabar el siglo XIX, en 1896 Svante Arrhenius (en 1º de bachillerato hice un trabajo sobre él) publicó un estudio en el que calculó a mano (mucho esfuerzo) estimaciones de qué efectos tendría sobre la temperatura global variar la concentración de CO2 en su atmósfera, y los resultados que obtuvo fueron un augurio de lo que acabaría ocurriendo.

  • En el siglo XX se hicieron avances en la ciencia del paleoclima y también se desarrolló la teoría de los ciclos de Milanković, que ayudó a explicar las variaciones naturales del clima. Ya a partir de los años cincuenta va mejorando el entendimiento de los océanos y algunos científicos se dan cuenta de que no pueden absorber a un ritmo suficiente la cantidad de CO2 que se está emitiendo. En 1960 Charles Keeling demostró con sus mediciones que en efecto había estado aumentando la concentración de CO2 en la atmósfera, y en esa década los científicos descubrieron que el sistema climático era más sensible a cambios de lo que se pensaba. Con el descubrimiento en 1969 del bucle de retroalimentación del hielo y el albedo se completa la serie de descubrimientos que demuestran el cambio climático. Ahora hay que volver al tema de las petroleras:

En el caso de ExxonMobil, en Exxon (uno de los predecesores de ExxonMobil) se dieron cuenta a finales de los setenta del gran potencial de calentamiento global que tenían sus actividades, y aun así lo ocultaron a los gobiernos durante años. Sin embargo, la táctica de negar el cambio climático estaba dejando de funcionar porque la mayoría de la gente ya creía en él, así que había llegado el momento de hacer otro tipo distinto de negacionismo. Las petroleras probaron las vías de “vale, está ocurriendo, pero es por causas naturales” o “vale, es antropogénico, pero no es tan grave como lo pintan”. Una vez se agotaron esas opciones se les ocurrió la idea del siglo: librarse de la culpa. Así es cómo funciona el ecoblanqueo (greenwashing): una empresa, cuyo objetivo es evidentemente maximizar sus beneficios, hace un pseudo-ecologismo vendiéndose como verde sin serlo realmente. En el proceso de construir esas campañas buscan que los consumidores sigan comprando sus productos, por lo que se perpetúa el ciclo de hacernos creer que las cosas innecesarias que compramos son necesarias, y por medio de esa inflación del consumo estamos consumiendo más recursos de los que necesitaríamos para vivir cómodamente (pero sin tonterías), lo cual agrava el cambio climático.

La realidad es que, en lo que se refiere a modificar hábitos para luchar contra el cambio climático, un individuo tiene menos margen de maniobra de lo que se le quiere hacer pensar. En cuanto al tema del transporte, aquí en el área metropolitana Madrid tenemos en mi opinión un transporte público muy bueno, pero en el caso de mi tío, que vive en un pueblo de Toledo y trabaja en Madrid, no coger el coche es completamente impensable. Europa es precisamente un ejemplo de un sistema de transporte que está relativamente bien diseñado para el transporte público en comparación con EEUU, donde la supremacía del vehículo privado es total y en el caso de la inmensa mayoría es casi imposible hacer vida sin uno. De la misma manera, para alguien que tiene dificultades para llegar a fin de mes es completamente impensable hacerse con un coche eléctrico. En cuanto a la dieta, también hay problemas para adaptarse al “modo de vida verde” cuando ocurre que la comida saludable es más cara que la basura o es que simplemente en un hogar no tienen suficiente tiempo para cocinarse comida decente. Al final transferir la carga de solucionar el cambio climático a la población general es básicamente echar la culpa a la víctima. Cuando el mismo tejido del sistema productivo y económico está centrado en la quema de combustibles fósiles y la obtención salvaje de recursos para el consumo, en especial de países poco desarrollados, donde la mano de obra es barata y la regulación escasa (colonialismo y neo-esclavitud), pensar que la solución radica en unos meros ajustes del estilo de vida es completamente descabellado… de hecho, sería más preciso calificarlo como maligno.

Otro ejemplo de medida contra el cambio climático que es problemática es el vehículo eléctrico. En cuanto a huella de carbono, es totalmente cierto que es mucho menor que la del coche de gasolina o diésel, en especial en redes eléctricas con una gran proporción de energías renovables (en 4º de la ESO hice un trabajo sobre ello), pero sigue sin ser para tirar cohetes. Más allá de que la electricidad utilizada sea o no renovable, es importante destacar la cantidad de recursos necesaria para producir uno de estos coches: su proceso de producción contamina más que el de un coche convencional, y además son necesarios metales como el litio, el níquel y el cobalto, muchos de los cuales vienen de países poco desarrollados donde se podría repetir el modelo neocolonial de explotación por grandes empresas extranjeras. Los recursos generan guerras, por lo que para minimizar dichos impactos hay que minimizar a lo imprescindible su uso aunque esto suponga un menor beneficio económico de… de unos pocos a fin de cuentas.

Todos conocemos la típica vista de una autopista durante la hora punta: atascos de coches en cuyo interior hay en la mayoría de los casos solamente un ocupante—el conductor, que tiene que ir y volver de su trabajo. Para cambiar todos esos coches por eléctricos haría falta una grandísima cantidad de recursos y, además, no solucionaría el problema de tener un solo ocupante por vehículo, por lo que llegamos a la conclusión de que los coches eléctricos suponen un uso tremendamente ineficiente de los recursos limitados y del espacio en nuestras ciudades. Es cierto que es mejor que el de gasolina y que estaría bien que aquellos que se lo puedan permitir y no puedan prescindir de utilizar el coche lo tengan, pero está claro que no es una solución lo suficientemente buena al cambio climático. Y eso sin hablar siquiera de que los coches son un medio de transporte muchísimo más arriesgado que el bus y en especial el tren y el avión (sin embargo, este último es extremadamente contaminante).

Es por ello que una verdadera solución a la cuestión del transporte radica en una grandísima mejora del transporte público para hacer que resulte conveniente y apetecible frente al coche. Esto más o menos ocurre en Madrid para algunos casos (no del todo, pero más o menos), y en general en una buena parte de las ciudades europeas, pero ya ves tú el enorme suspenso que se lleva el transporte público en EEUU. Pongamos como ejemplo la cuadriculada y excesivamente extensa ciudad de Chicago. Imaginemos que alguien trabaja en la playa de vías que hay al sur de la ciudad y vive cerca del centro a casi catorce millas. Para llegar en coche solo precisa de más o menos 25 minutos de conducción:

Ahora supongamos que quiere hacer esa misma ruta utilizando transporte público. La mejor alternativa dura 73 minutos:

 

Ya sabemos qué va a elegir ese trabajador, ¿verdad? Y eso en una ciudad, que si fuera en cuanto a pueblos ya ni te cuento.

Una ciudad centrada en las autovías que tiene grandes intersecciones atravesándola y un transporte público lamentable no va a poder dejar de depender del coche, que no deja de ser una fuente importante de gastos para su dueño (el propio precio de comprarlo, los impuestos municipales, el mantenimiento y la gasolina). Si se hiciera apetecible utilizar el transporte público aumentaría el número de gente que utiliza para muy poco o nada su coche, lo cual les ahorraría a ellos un buen dinero (bueno, no tanto si el precio del abono es muy alto, pero esa es una cuestión que merece su propio párrafo) y ayudaría mucho contra el cambio climático y contra la percepción incorrecta de que poseer un automóvil es esencial para tener un buen nivel de vida.

Hace falta una mejora drástica del transporte en todas las ciudades del mundo que consistiría en mejorar (incluyendo la accesibilidad para los discapacitados) y ampliar los servicios de tren, metro y tranvía y sustituir los autobuses, que ya de por sí son mucho mejores que los coches, por eléctricos y aumentar mucho su frecuencia. Todo el dinero dedicado a la industria automovilística se podría dedicar a fomentar que en zonas densamente pobladas se pueda prescindir del coche. En cuanto al mundo rural, entraña muchas más dificultades por su densidad de población. Es muy importante luchar contra el recorte de sus servicios para no dejar varados a aquellos que podrían necesitar moverse y no están en condiciones de conducir (adolescentes, ancianos y cualquier adulto no apto para conducir). Para evitar la despoblación en el medio rural es necesario que se creen rutas a nivel comarcal para conectar los pueblos de una zona a uno que sea algo más grande y tenga una mayor cantidad de servicios. También es importante que, siempre y cuando no sea posible viajar en transporte público, los vecinos se organicen para compartir vehículo cuando dos tengan a la vez un recado (también trataré más adelante el tema de la colaboración ciudadana).

Y volviendo al tema del precio del transporte público, el cual mencioné en un inciso, vaya si es importante. Vayamos a un ejemplo: el Estallido Social de Chile, cuyo detonante (aunque no la única causa) fue la subida de las tarifas del sistema de transporte público de Santiago, que entró en vigencia el 6 de octubre de 2019. En los siguientes días miles de estudiantes realizaron actos de evasión masiva en el Metro de Santiago para protestar contra la injusticia de hacer pagar más a la clase media y baja, y pasados unos días la situación empezó a descontrolarse más y más hasta que el 18 de octubre se tuvo que cerrar la red de transporte y tuvieron que intervenir los Carabineros. Esa misma noche surgieron muchas protestas y también movimientos violentos como disturbios y saqueos como consecuencia del enfado de la población, y al día siguiente Sebastián Piñera declaró el estado de emergencia para la zona metropolitana (y se fue extendiendo rápidamente a otras ciudades). Citando a Wikipedia:

Aunque la causa inmediata puede atribuirse al alza tarifaria del transporte público, las concentraciones populares pronto expusieron sus causas mediatas: el alto costo de la vida (hasta 2019 Santiago era la segunda ciudad más onerosa de Latinoamérica),​ bajas pensiones, precios elevados de fármacos y tratamientos de salud, y un rechazo generalizado a toda la clase política y al descrédito institucional acumulado durante los últimos años, incluyendo a la propia Constitución del país (aprobada durante la dictadura de Pinochet).

En otras palabras, debido a las fallas inherentes a su sistema económico (principalmente desigualdad y pocos derechos de los trabajadores), los chilenos se hartaron y reclamaron el cambio. Fueron unos días muy violentos en los que fueron perjudicados policías, que, aunque abusaron generalizadamente de su poder, no se merecen los cócteles molotov; manifestantes y comerciantes (saqueos). El resultado fue que Piñera, acorralado por la situación extremadamente desfavorable que estaba generando el Estallido Social, tuvo que recular de sus políticas atrozmente neoliberales para aprobar una serie de medidas que apaciguaran la insurrección. Se revirtieron las subidas de las tarifas y se anunció un paquete de medidas sociales muy amplio denominado Nueva Agenda Social. También se tramitaron algunos proyectos de ley y, lo más importante de todo, se aprobó un nuevo proceso constitucional para dejar atrás la Constitución de Pinochet. El plebiscito nacional de Chile se acabó celebrando en octubre de 2020 en lugar de en abril debido al coronavirus, y el resultado a favor de una nueva constitución fue un aplastante 78,28% de los votos válidos. En mayo de 2021 se eligió el órgano constituyente: la Convención Constitucional.

Atribución: Vasti Abarca.

¿Qué demuestra esto? Que una solución eficaz contra el cambio climático no puede consistir solamente en acciones individuales (que en todo caso también son necesarias siempre y cuando sea posible), muchas de las cuales son consumistas y solo fomentan la concentración de riqueza y la explotación de los países pobres. Una verdadera solución pasa por dejar de vernos como consumidores de los productos que nos ponen delante (además con unos anuncios que tienen una retórica manipuladora) sino como ciudadanos que tienen objetivos en común y que van a trabajar conjuntamente hacia ellos. Cuando un gobierno está haciendo algo incorrecto, la ciudadanía tiene muchas formas pacíficas y creativas de incomodarlo para que rectifique.

Sin embargo, es cierto que tal y como está configurado el sistema económico en la actualidad, imponer mucha legislación ambiental podría tener un efecto negativo en la mayoría de la población, a quienes esas medidas podrían asemejarse a la austeridad si están mal planteadas. Esto es debido a que en un mundo obsesionado por el crecimiento indefinido (recordemos que los recursos naturales son finitos), cuando no hay crecimiento ocurre una recesión, lo que desencadena consecuencias que nadie (o casi nadie) quiere. Cuando las decisiones de nuestros representantes no representan realmente nuestros intereses es necesario fomentar un tipo de democracia más participativa en la que no nos quedemos de brazos cruzados durante toda la legislatura: se debe participar en el proceso de toma de decisiones para que se pueda reconfigurar el sistema de forma que haya un cambio radical en el modo de vida. Este cambio debe implicar que se pueda conseguir un nivel de vida adecuado utilizando muchos menos recursos.

Todos los productos y servicios que se nos presentan están diseñados de forma que produzcan el máximo beneficio a aquellos que los venden. Es necesario que la rentabilidad esté subordinada a la sostenibilidad, porque lo que necesitamos es casa, comida, movilidad, sanidad, educación y cultura, no un nuevo iPhone cuando tu móvil antiguo sigue funcionando o moda fugaz y derrochadora producida en Bangladés en condiciones de semiesclavitud. No puede ser que las necesidades esenciales para vivir se hayan convertido en comodidades a merced del mercado. Además, las soluciones tecnológicas al cambio climático no pueden estar al servicio del beneficio de los que la distribuyen y del optimismo infundado que pretenden generar. Si queremos llegar al objetivo de 1,5ºC el cambio debe ser estructural:

Los bienes tienen que ser fácilmente reparables y diseñados para tener la máxima durabilidad. Se tiene que reducir la publicidad y desde abajo, no arriba, se tiene que priorizar todo aquello que suponga una disminución del uso de recursos. Además de la mejora drástica del transporte público, se debe promover al máximo la reducción del consumo de carne, el tomarse en serio lo de compartir y aprender a identificar mejor lo verdaderamente necesario, combatiendo todo lo demás. Otro frente muy sangrante de la herida climática es el desperdicio de comida: se reduciría drásticamente si se priorizara la eficiencia de recursos (distribuir mejor la comida en todos los pasos de la cadena de producción y consumo) sobre el beneficio económico.

Todo esto debe ocurrir sin que nos olvidemos de quiénes son los principales culpables: he aquí una lista de las cien empresas que contribuyen al 71% de las emisiones industriales del planeta. Ya solo la industria nacional de carbón de China es una séptima parte. Hay que decirles que no pueden seguir existiendo y que deberían dedicar todos sus recursos a hacer una conversión total del sistema de combustibles fósiles que ellas mismas han creado a uno completamente renovable. Asimismo, hay que abandonar la cruel forma de producir carne que predomina en la actualidad: es necesario que comer carne vuelva a convertirse en una ocasión especial de regocijo y celebración para que el poco ganado que haya (no olvidemos la gran cantidad de metano y purines que genera la ganadería) sea criado en unas condiciones dignas que no ocasionen tanto estrés al ecosistema.

Para que el cambio a una vida verdaderamente sostenible sea justo, hay que tener en cuenta que los países que en la actualidad son desarrollados han podido alcanzar ese nivel a base de quemar combustibles fósiles descontroladamente, primero porque era tecnológicamente la única opción y más adelante porque es la opción más barata de las existentes en un sistema en el que el mercado lo decide todo. Es malvado pretender que los países poco desarrollados alcancen un nivel de vida aceptable sin poder tener la facilidad con la que contaron los países desarrollados; es necesario que el “norte” compense su daño histórico a la atmósfera ayudando al “sur” a desarrollarse sosteniblemente y efectuando las mayores disminuciones de emisiones.

Vale, pues creo que ya podría ser el momento de llegar a una conclusión que sirva como resumen:

  • Siempre que puedas cambiar tus acciones individuales deberías hacerlo y, debido a que no todos pueden, no debes sentirte moralmente superior por tus decisiones medioambientales. Simplemente foméntalas entre la gente que conoces y en tu comunidad. Eso nos lleva al siguiente punto:
  • No te quedes en lo individual. El cambio sistémico necesario solo puede ser conseguido mediante la colaboración y la solidaridad. Tus representantes políticos no pueden hacer lo que les dé la gana una vez hayan sido elegidos, sino que es imperativo que sean obligados a seguir las necesidades de la sociedad que les ha votado para que el poder deje de estar definido por los papelitos verdes. Replantéate los axiomas de “sentido común” que existen en la actualidad.
Un mundo mejor es posible.
A veces me gusta escribir cosas de ninguna temática en concreto, en especial de opinión.
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