Una pincelada brutal que lo que hace es, paradójicamente, encoger nuestro corazón. Un toque de Poe subyace en este texto que desea permanecer en el anonimato (no queremos perderte)…
Lo sostuve. Ahí estaba, en mis manos. Sentía su tacto suave y mojado. Aquello era una pieza única de la que jamás en la vida iba a poder olvidar. No sabia si debía de sentirme segura, o sentir algo de miedo por lo que mis manos poseían. Resquebrajada, intenté reaccionar, entonces lo protegí lo mejor que pude con mis ásperas manos, corriendo por aquellas húmedas callejuelas de aquel barrio inhóspito y solitario. Al llegar, cogí el cofre, y sin más dilación lo metí, todavía seguía latiendo.
Llegué a tiempo. Mi corazón estaba a salvo.